Desde
hace un par de entradas tenía la intención de escribir sobre los recientes
estrenos en el cine. No lo hice porque no había algo interesante para ver o
sobre lo cual leer en un blog. Recientemente, llegaron opciones (todo lo
anterior es en referencia a la industria cinematográfica de las grandes cadenas
de cines).
Primero
vi Sherlock Holmes: Juego de sombras.
Entretenida, rápida, algunas risas. Muy similar a la anterior. En el contexto
previo a la Primera guerra mundial, obviamente alejadísima de los hechos reales
(digo, lo podemos suponer, pero hay que decirlo ¿no?). Me pareció que vale la
pena para acompañarse de nachos y palomitas. Por cierto, me sorprende el tamaño
del refresco, no el del bote de palomitas (guiño) y que sea tan caro comprar
agua para substituir al desproporcionado envase de gaseosa (quería usar esa
palabra, jeje).
Para
seguir con la línea superficial pero divertida, acudí a ver Misión Imposible 4: Protocolo fantasma.
¡Qué curioso que Rusia siga siendo el enemigo comunista potencialmente invasor!
Según yo desde 1992 ya no era así. Lo comenté y mi amable acompañante me hizo
ver que sería muy insensible sustituir a Rusia con un país del Medio Oriente,
por ejemplo. ¡Quién sabe cuántos se creerían que la trama es descripción de la
realidad! Pues sí, estuve de acuerdo. Qué bueno que no se trata de Irán
tratando de destruir a los Estados Unidos. La conclusión es que ni Ethan puede confiar en la tecnología
(los guantes fallan y al teléfono hay que darle un golpe para que se
autodestruya), ni en sus superiores pero sí en el amor que perdura a pesar de
los peligros (¡ah! Perdón, spoiler!).
Luego
me puse romántico y fui a ver Siempre el
mismo día. Tiene destellos de originalidad y luego una escena con la que no
pude dejar de pensar en cierta película que, es muy mala, pero su soundtrack tiene una de mis 5 canciones
favoritas de toda la vida (sí, de toda mi vida hasta hoy). No diré más para no
arruinarles la trama. Vale la pena verla para observar con melancolía a París
mientras la terrible garra agridulce del destino hace de las suyas con el amor,
la vida juntos y las rupturas. La única razón por la que recordaré a esta
película será si algún día vuelvo a ver las primeras entradas de este blog
(otro guiño). Lo mismo le pasará a las comentadas anteriormente.
Después
vi J. Edgar. Buena película. Narrada
interesantemente, con una historia que se va hilvanando mientras el espectador
comienza a sospechar y especular. Me sorprende DiCaprio una vez más. Yo pensaba
que nunca podría escapar de convertirse en el eterno Jack ahogándose en el gélido océano (Spoiler! Pero para Titanic,
¡Qué novedad! Jaja). Para sorpresa de ustedes que me leen, me dio gusto
equivocarme. Quizá influyó a que me agradara, el hecho de que, es una película
basada en hechos históricos de un personaje estadounidense, en medio de las
Grandes guerras y la Fría, que se mezcla la política y la vida privada, entre
otros elementos. Definitivamente me gustó más que las anteriores que he
comentado. ¿Se ganará un Oscar por el hecho de que Leonardo se puso un traje
para verse más llenito y viejito? Ya
ven que cada vez que un actor engorda y luego enflaca, una mujer bella se ve
fea, o cada que hacen cosas así, se llevan la estatuilla. Habrá que ver con
quién compite para especular en menor grado. Yo digo que vale la pena verla.
Finalmente,
pagué para que me hicieran sufrir viendo Un
pedacito de cielo. ¿Qué le diría Diego Luna a su amigazo Gael García
después de ver la película? Eso le pregunté a mi amable compañía quien me dijo
“Él también ya se vendió a Hollywood”. Pues tiene razón, yo sólo estaba
metiendo cizaña hipotética (el tercer guiño de hoy). Ya vi esa trama muchas
veces. No la arruinaré, lo prometo. Debo confesar que me robó un par de
carcajadas. Lo que no le perdono es que me intente manipular tan básicamente
para conducirme a las lágrimas. No lloré, pero muchos a mi alrededor sí lo
hicieron. Whoopi de Dios, jajaja, ¿acaso se lo copiaron de Morgan Freeman? Pues
a mí no me sorprende nada que Dios sea una mujer afroamericana, lo digo, sólo por
si acaso esa era la intención. Digamos que es entretenida, no salí reclamando
que me devolvieran mis dos horas de vida, pero si la recuerdo, será solamente
por su chafo intento de hacerme llorar.
Luego
en la comodidad de un cuarto de tele vi nuevamente Finding Neverland. ¡Qué película tan tierna! Ésa si me gusta.
Imaginarme cómo será que a J. M. Barrie se le ocurrió la historia de Peter Pan
y la Tierra de Nunca Jamás, aunque no haya sido así, me parece divertidísimo. Memorable:
ver como surge el garfio del capitán, las aguas del barco pirata, los penachos
de los indios y la idea de un niño que nunca envejece. Delicioso: ver como se
abre una escenografía para dar paso a las hadas y el cocodrilo con el reloj
atorado. Me quedo con las frases imaginadas de Barrie, el diario regalado al
niño triste, la inocencia del pequeñito que arruina las sorpresas, la ruptura
con la esposa y el encuentro con la viuda. Si no la han visto, por favor,
véanla. Si ya la vieron y no les gustó, pues lo siento mucho, vean Misión
Imposible (jajaja, cuarto guiño).
Hoy
decidí escribir de esto. Leí el periódico y me dio mucha tristeza, ya sé que no
es novedad, pero volvió a sucederme. Así que me refugio en el cine. Tuve otro
refugio, por razones de obligación y no de placer, empecé a leer de nuevo al
libro que le debo uno de los mejores años de mi vida: El mundo de Sofía. Por eso me encantan los libros: me recuerdan,
suspenden, lanzan, renuevan y entretienen. Si quieren darle un uso diferente a
sus ojos y a su imaginación, lean El
mundo de Sofía (sencillo, cuestionador y fluido: es como tomarse una buen
vaso de agua fresca de jamaica intelectual en un día de invierno
inesperadamente caluroso).
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