miércoles, 23 de mayo de 2012

¿Por quién me gustaría votar el 1 de julio de 2012?



Ese domingo cívico muy temprano quisiera ir a mi casilla, identificarme y recibir mis boletas electorales para votar por mi candidato preferido. Proceder a esconderme para trazar una cruz muy por dentro del recuadro para evitar la anulación mi voto, esperar un poco al secado de la tinta, doblar mi boleta cuidadosamente y depositarla en la urna.

¿Por quién me gustaría votar?

Por un candidato quien no crea me puede convencer con un spot así como me intentan vender el aparato milagroso dotador de los cuadritos del abdomen. Por quien me incline, sabe quiero propuestas concretas; es muy consciente de la necesidad de aceptar el sacrificio de algo para prometer la realización de otra cosa, pues no se puede todo en la vida.

Este candidato de mis preferencias está consciente de como la guerra sucia entre adversarios políticos solamente multiplica mi desesperanza. Sostiene, igual que yo, la supremacía de los hechos sobre las palabras. También incluye en su decálogo, no sólo el cumplimiento de la ley (ése, lo damos por hecho), sino el esfuerzo máximo “ lograr eficiencia, optimización, rendición de cuentas y orientación hacia la ciudadanía. Lo que es más, cree religiosamente en su ser de servidor público, pragmático antes que radical, demócrata primero y partidista después, sencillo y trabajador.

Mi candidato conoce mi preocupación más grande: la violencia y la inseguridad; pero casi a la par de ellas, la pobreza, la marginación y la desigualdad. También piensa, junto conmigo, en la educación como la solución que no puede ser vendida a grupos de interés, apoya la transparencia de los sindicatos cuya defensa sea de los derechos laborales y no de los cotos de poder ilegítimos. Me ha prometido en su estrategia de seguridad la búsqueda de la paz, no la violencia de estado y sobretodo el respeto a la legalidad ciega y universal.

No me vende palabras huecas, argumenta y dialoga con los ciudadanos. Defiende su punto de vista con datos y evidencias, no con retórica ni sofismas caducos. No es el salvador de la patria, no es un mesías, no es la solución a los problemas de todo el país. Pero no es un mentiroso, tampoco hipócrita, menos estúpido y por supuesto que no es un vendido ni tampoco un ingenuo soñador.

Lamentablemente, mi candidato no existe.

No existe ni para la presidencia de la República, ni para el Senado, ni para la Cámara de Diputados Federal, ni para la Cámara de Diputados local, ni para alcalde de mi ciudad.

Si me preguntas por quién voy a votar este domingo 1 de julio, no lo sé. No sé quién es el “menos peor”, no sé cuál sería un “voto útil”, no estoy seguro de que anular el voto sea una mala idea. No sé. Una cosa sí sé: Sin organización civil, seguiremos así por mucho tiempo por venir.     

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