lunes, 18 de junio de 2012

Qué bonito es Guanajuato

De verdad, qué bonito es Guanajuato.

De niño vine y dos recuerdos se grabaron con tipografía de trauma en mi subconsciente: los olores de las momias y el tumulto del mercado. De veinteañero estoy en Guanajuato y muchas memorias se están instalando con caligrafía de afable sorpresa en el consciente. Me sorprendió lo bonito de esta ciudad.

No entendía su ubicación hasta que le sobrepuse la mía. Entre montañas, sobre túneles, juntitito todo y de subida o de bajada. Colonial, colorida, entre la restauración y la ruina, con plazoletas, árboles muy altos, campanarios todavía más lejanos y un cielo azul de marco a mis fotos.

Esta ciudad tiene una belleza que se resiste a la ignorancia del que tira basura y a la negligencia de la municipalidad que no la recoge. Un romance de leyendas coloniales y callejoneadas donde ya no se da alcohol pero sí se consume (bajo la capa del juglar novohispano se logra esa artesanía mexicana de simular que nadie vemos lo que todos sabemos). Con una estatua de piedra que recuerda que la certeza de la existencia es poca, cuando el tonelaje en monumento preside desde lo alto de la loma, con una sentencia todavía más realista: "aún hay muchas alhóndigas por incendiar".

De camino por las estrechas calles bajaba un niño que recién salía de la primaria, tarareaba con su mamá "Cielito lindo", el cliché en su expresión menos trillada. Un poeta que lee su obra por unos pesos, una niña que primero amarra las pulseras y luego las cobra, un niño que vende rosas e insinúa que a él le gusta mucho lo que uno está comiendo, el vendedor de cacahuates que embelesa más con su choro que con sus dulces, el gringo alternativo que habla español y disfruta de la pachanga ambulante, la tarde cálida, la noche fresca y las enchiladas mineras.

Qué bonito eres Guanajuato. Me recordaste que me encanta caminar de noche sin miedo, que extraño a mi ciudad la de antes, que cuando estudie el doctorado aquí estaría bien escribir mi tesis, que tengo algunos poemas por leer en público. También, que hay traumas sobre los que se puede reescribir: el mercado es la expresión de la esencia mexicana, pero con orden y limpieza, sin dejar de oler a mercado de los nuestros. Otros traumas, es mejor dejarlos en su lugar: no volví a las momias, ¡qué necesidad!

Creo que volveré. Más ahora, que tengo razones para quererte. Por lo pronto, me duermo entre tu noche, arropado por tus frescos y con el buen sabor de una sorpresa agradable.    


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