sábado, 26 de septiembre de 2015

El Dios nuestro entre nosotros 2

Él me amó primero y es irremediablemente amor conjugado en un presente perpetuo. Cuando pienso en esto, descubro cada vez nuevas implicaciones que me alegran mucho. Después de buscar por varios años el libro "Matar a nuestros dioses" de José María Mardones lo encontré en versión digital. Lo he devorado con entusiasmo. Me recuerda tanto a los descubrimientos que tuve a los veinte años asistido por Javo Conde, S.J. 
Recuerdo esas charlas en las que me retaba a "concederle" a Dios un amor por mí que, no solamente es mayor de lo que puedo imaginar, sino mejor de lo que puedo incluso sospechar (S. Buenaventura). Me resistía mucho porque me parecía increíblemente difícil reconciliar mis aprendizajes previos con esta novedad tan buena. Nunca ha dejado de sorprenderme y creo que jamás perderá esa frescura (la idea de Dios), pero ahora que he asimilado en alguna medida que la libertad es fruto necesario de su amor, siento cada vez más su cercanía. Siento a Dios nuestro y entre nosotros.
Me explico (al menos lo intentaré).
Él me amó primero. Yo no tenía ni idea de mi existencia pero ya era amado por él. Esa es la condición necesaria de mi existencia. Me ama antes que cualquier otro evento. Esa es la razón por la que existo. Tal cual soy y exactamente como seré. Su presencia amorosa ha estado a mi alrededor desde siempre. Dios me ha habitado en lo más indispensable de mi ser y por eso soy yo, no otro. 
Su amor es preexistente a mí, por ello, no hay nada que yo pueda hacer para que me deje de amar o me ame más. Ya lo hace desde siempre y sin condiciones. Yo no me gané su amor, lo merezco como su criatura. Es mi heredad y mi derecho. Nadie ni nada puede disminuirlo o condicionarlo. Simplemente es. De verdad es la cosa más sencilla que hay: me ama porque soy. "Soy" es la prueba de su amor, sólo eso. No hay explicación, ni necesidad, ni requisito. Me ama, punto. 
Su presencia en mi vida es mucho más y mejor que una compañía. No solamente camina a mi lado y me ha cargado en los peores momentos (como dice la famosa reflexión). Soy porque me ama: me soñó y existí. Pensó en mí por mi nombre y sonrió cuando creyó que "era bueno" que llegara a este mundo. Sostiene mi existencia en el tiempo y el espacio. Cuando ha ocurrido algo triste en mi vida no estuve solo, acercó a mí las herramientas para salir adelante. Yo salí adelante, no porque interviniera y lo arreglara todo por mí; sino porque dispuso de las cosas de tal forma que su amor me hiciera capaz y libre de optar por crecer y desarrollarme. Porque soy su creación, porque guardo su imagen y reflejo su semejanza. 
¿Puedo perder estos privilegios? ¿Es posible que haya algo que yo pueda hacer o dejar de hacer cuyo efecto sea la separación o terminación de esta condición de amado desde siempre y primero que todo? ¿Hay algún pecado que me aparte de su gracia? ¿Algo que logre que el Dios-ama suspenda su amor y algún trámite que me lo devuelva? ¿Es factible que se desdiga de su amor incondicional para que yo aprenda a valorarlo y a seguir sus mandatos? ¿Hay alguna mancha indeleble que yo pueda adquirir o, si no indeleble, difícil de borrar salvo conducto formal y apropiado? En pocas palabras, ¿puedo alejarme de Dios? ¿Tengo esa opción? 
No. Nunca. Imposible. No hay manera.
Dios es amor significa Dios-ama y no sabe hacer otra cosa. Dios-ama y no tiene remedio. Dios-ama y lo hace con su ser, es decir, completa, perpetua, intensa, eterna, incondicional e irremediablemente. 
Eso significa que Dios me amó primero. Cualquier afirmación que contradiga a Dios es amor es falsa, pequeña, incompleta, inconsecuente, finita. Procede de nuestra humana incapacidad  de asimilar que exista el amor tal cual es. Tiene su origen en el miedo a perder lo ganado, a reconocer lo milagroso, a enfrentar lo doloroso, a asumir la generosa entrega, en pocas palabras a amar y ser feliz en consecuencia. 
Cuando yo minimizo el concepto de Dios-ama estoy hablando de mi pequeñez y de mi incapacidad, no de Dios. Lo que pasa es que "des-aprender" no es cosa fácil. Implica renuncia e incomodidad. El amor no es cómodo le falto decir a S. Pablo. El amor es inquieto, mueve a la acción y muestra inconformidad ante el estancamiento. Eso hace Dios en mí cuando me ama y yo me percato de su amor; eso provoca Dios en mí cuando me dejo amar. Una vez amado, yo también sufro de la naturaleza irremediablemente vertida del amor. Claro, voy creciendo en ella. De pronto me achica el miedo, pero basta volver a experimentarlo para despertar del sueño.
Dios me ama y soy libre. No espera nada de mí no requiere de ninguna cosa a cambio. Soy libre por su amor. Dios no quiere nada de mí. Ni siquiera que lo ame. Si así fuera, no seria amor. No sería Dios. No sería el Dios de Jesús. Sería otro: un extraño miserable que reclama atención por pequeño e inseguro. Dios-ama es el amante seguro de su amor, no necesita nada, su amor es autosuficiente. Cada vez que yo pienso en esto, cada ocasión que lo experimento, surge en mí una respuesta en consecuencia. Una extrañeza, la fabulosa duda y extraordinaria sorpresa: ¿puede existir un amor así? Basta esa duda, con sólo esa pregunta, nace en mi interior una experiencia que me remonta a una condición en la que no había tiempo ni espacio. Una condición en la que yo sólo era un sueño. ¡Sólo un sueño! La idea del creador amante que ya me amaba antes de que se tejiera mi ser en las entrañas de mi madre. "Él me amó primero". Esa pequeña pero primigenia experiencia logra una grieta en las paredes del miedo que por alguna razón, que ya he olvidado, construí para contener el agua de su amor. Esa pequeña grieta permite el paso de una gota, quizás dos gotas de esa agua que me hidrata como efecto y sin pedir permisos o exigir sacrificios. En esa experiencia me siento amado. Al sentirme amado, al permitirme ser amado de esta manera, crece en mí el deseo de amar en imagen y semejanza de este amor. Aunque mi imagen y semejanza de este amor sean pequeñas, me atraen fuertemente. Quiero amar y que todos amen. Entonces, el amor que me amó primero y no quiere absolutamente nada de mí, ha conseguido, con pleno uso de mi libertad y dejándola intacta, que yo ame. Y si yo amo, entonces haré lo que quiera (S. Agustín). 
Con un amor como este, ¿quién necesita leyes? ¿Quién podrá arrancármelo? ¿Quién podrá alejarme de él? ¿Quién podrá decirme algo en contra que lo apague o lo achique? (S. Pablo). "Nadie mi Señor" contestó la mujer llamada adultera. Nadie. Nunca. Porque este Dios me ama y lo hizo primero, antes que todo y a pesar de todo. Este Dios que ama es mío y ha estado conmigo desde siempre. Cuando me siento amado de esta manera quiero amar y ser feliz en consecuencia. Cuando me siento amado de esta manera puedo decir que este Dios es nuestro y está entre nosotros. Esa es la mejor noticia, alégrate conmigo.

2 comentarios:

  1. Increible!!! Muchas gracias por compartir

    ResponderEliminar
  2. Interesante tu reflexión sobre el amor Carlos. Después de leerte me pregunto, ¿entonces la iglesia nos enseña a que el amor de Dios padre lo tenemos que ganar en cierta medida "portándonos bien"? ¿o es que la iglesia no nos ayuda a entender lo completo y amplio que es el amor de Dios para nosotros?
    Saludos

    ResponderEliminar